
El Boletín recupera fragmentos de la entrevista a José Vilaplana publicada a comienzos del mes de marzo, cuando iniciamos nuestra andadura. La entrevista se realizó unos días antes, a finales de febrero. La pandemia aún no se atisbaba. Fue la primera entrevista de El Boletín. El entonces obispo había presentado la renuncia por motivos de edad meses antes y quisimos que la charla sirviera, a un tiempo, de balance de su episcopado y de legado. Por su interés, recuperamos casi en su totalidad la conversación.
Pregunta: ¿Cómo le gustaría que le recordaran los onubenses tras su episcopado?
Respuesta: Como un obispo que quiso acercar Jesucristo a las personas y también acercar las personas a Jesucristo. Como un obispo que invitaba a las personas a seguir el camino de Jesucristo.
Pregunta: ¿Le causa respeto la idea de pasar de una agenda intensa y cargada de responsabilidad a una agenda sin tanta responsabilidad y sin tanta intensidad?
Respuesta: No me preocupa esa idea. Es más, diría que, en parte, me apetece. Han sido años, décadas, de mucha responsabilidad, tomando decisiones que afectaban a muchas personas. Ahora me apetece “rumiar” cosas importantes, algo que no he podido hacer muchas veces por la intensidad del trabajo y la responsabilidad. Creo que la que venga será una etapa diferente, pero también fecunda.
Pregunta: ¿Qué le ha parecido la provincia de Huelva?
Respuesta: Acogedora. Huelva es una diócesis acogedora. Mariana, profundamente mariana. Y generosa. En el aspecto caritativo-asistencial hemos puesto en marcha iniciativas importantes, de calado, que han salido bien gracias al compromiso de muchas personas. Sin duda, la imagen que guardo es una imagen muy positiva.
Pregunta: ¿Cómo imagina sus próximos años?
Respuesta: Me imagino como un cura de pueblo. Siempre he intentado ser y actuar como un cura de pueblo. Continuaré prestando servicio, pero sin la carga de responsabilidad que me ha acompañado durante tanto tiempo. Creo que será una etapa serena que me permitirá vivir la vida evangélica de una manera directa y sencilla.
Pregunta: Defina en pocas palabras su vida de servicio a la Iglesia
Respuesta: La definiría con el lema que escogí como obispo: “Cristo, vida nuestra”. Escogí este lema por el origen de mi vocación. Mi vocación surge y se fortalece a partir de un cartel, de una fotografía, de un sacerdote dando la comunicación a un niño enfermo en el que aparecía una frase que interpelaba al lector: “¿te atreves a ser uno de ellos?” Este lema ha sido como una guía durante mi vida de servicio a la Iglesia, que ha sido un intento de acercar Jesucristo a las personas y las personas a Jesucristo.
Pregunta: ¿Cómo ha sido su relación con las cofradías?
Respuesta: He tenido una buena relación. Recién llegado, me sorprendió comprobar el número de personas que moviliza las hermandades en la diócesis. Fue ciertamente sorprendente.
Considero que las hermandades constituyen una oportunidad. Aglutinan a un elevado número de personas y dentro de un colectivo tan numeroso es normal que exista heterogeneidad. Son distintos los niveles de experiencia religiosa, distintas las procedencias, las circunstancias, las generaciones… Esta diversidad también plantea ciertas dificultades, obviamente, pero es mayor la oportunidad que representa. El reto estriba en conseguir un camino de hermandad en el seno de la Iglesia y transitar de lo externo a lo profundo.
Pregunta: ¿Se ha sentido respetado y querido en el seno de las hermandades?
Respuesta: Sí, sinceramente, sí. Muy querido y respetado. He procurado recurrir al diálogo para afrontar en mejores circunstancias ciertas situaciones.
Pregunta: ¿Cómo tendría que ser una hermandad del siglo XXI?
Respuesta: Una hermandad podría compararse con un árbol: ha de tener raíz, tronco, ramas y floración y, por último, ha de dar frutos. La raíz de la hermandad, su verdadera identidad cofrade, es el evangelio, es la Iglesia y la misión que tienen como instrumento de evangelización. Esto es algo que el Papa ha recordado; el tronco estaría constituido por la Iglesia Diocesana y la parroquia; las ramas y la floración pueden identificarse con todo el aparato externo que, obviamente, tiene su importancia y hay que atender; por último, están los frutos que, en el caso de las hermandades, sería la dimensión social en un doble sentido: hacia los hermanos y hacia los pobres. Y todo debe estar bien conjuntado, todo tiene que resultar equilibrado.
Pregunta: ¿Qué valoración hace de la labor social que vienen realizando las hermandades?
Respuesta: La valoro mucho. Sin duda, estamos creciendo. La Diócesis ha puesto en marcha iniciativas que no habrían salido adelante sin la implicación de las hermandades. Creo que se ha trabajado, que se han conocido ciertas realidades, ciertos proyectos y, a partir de aquí, hemos crecido. El crecimiento es evidente.
Pregunta: ¿Y la formación?
Respuesta: La formación ha de ser un pilar de una cofradía del siglo XXI. También en la formación se han producido avances. Ha habido convocatorias que han tenido una respuesta importante. El otro día, sin ir más lejos, hubo que buscar a última hora un local con mayor capacidad para atender la demanda. Hay que seguir trabajando, porque la sociedad demanda, y nos demanda, transparencia y debemos estar a la altura de esta reivindicación. Considero que la transparencia es positiva. Hay que mostrar todo lo que hacemos.
Pregunta: Usted se ordenó como sacerdote en 1972. ¿Ha cambiado mucho la Iglesia desde entonces?
Respuesta: Sí, ha cambiado mucho. Ha habido cambios significativos. La Iglesia ha tenido que pertrecharse ante el secularismo. Ahora vivimos una etapa más plural. La Iglesia se desenvuelve en un contexto globalizado en el que distintas religiones conviven en un mismo espacio. Ahora la Iglesia está en diálogo. Como dice el Papa Francisco es una Iglesia que está “en salida”. De manera gráfica diré que antes se tocaba la campana y la gente acudía a la Iglesia, mientras que ahora es la Iglesia la que sale a buscar a las personas. Creo que estos cambios son positivos y plantean retos apasionantes, porque ahora la opción del individuo es una opción más personalizada de la fe. Antes podía haber cierta inercia, la gente podía dejarse llevar por la mayoría. Ahora, en cambio, no es así. Ahora, en un contexto más plural, se elige en libertad. Ahora podría decirse incluso que elegir una opción de fe es ir a contra corriente. Pero creo que este camino es purificador para la Iglesia. Ahora la Iglesia se enfrenta a un reto: ante una sociedad que ha cambiado, tiene que jugar un nuevo papel, un papel distinto. Como dice el Papa, la Iglesia tiene que ser testigo de la alegría del evangelio.
Pregunta: ¿Cuál es el principal reto que debe afrontar la Iglesia en el corto-medio plazo?
Respuesta: Cómo transmitir la fe. Ese ha sido siempre, en cada momento, el gran reto de la Iglesia. La Iglesia debe transmitir la fe de una manera atractiva. Como han dicho los dos últimos Papas “la Iglesia crece por atracción”. El reto es crear comunidades vivas y participativas. Iglesia no somos exclusivamente los sacerdotes. La iglesia la conformamos todos y es fundamental que la iglesia resulte atrayente. El verdadero tesoro es el evangelio de Jesucristo.
Pregunta: ¿Qué le preocupa de la evolución de la sociedad?
Respuesta: El consumismo que, a veces, es compulsivo. Es un consumismo que nos impide descubrir los grandes interrogantes. El deseo de tener, de poseer, conduce a la superficialidad y de ahí a los prejuicios y todo esto impide que podamos ver las cosas con la suficiente nitidez.
Por supuesto, me preocupa la situación de las personas que viven en la pobreza. De tantas personas que han sido golpeadas por la crisis y no han salido de esta situación adversa.
Pregunta: En el actual contexto, con cambios intensos y veloces, con demasiado ruido alrededor, con cambios de valores, con el individualismo, con personas desconcertadas ¿cómo se hace visible la Iglesia?, ¿cómo transmite su mensaje? ¿El actual es un escenario propicio?
Respuesta: El individualismo es un drama y constituye una dificultad para la Iglesia porque la Iglesia representa todo lo contrario. La Iglesia no es individualismo, la Iglesia es comunidad y es participación. El individualismo dificulta el diálogo a fondo, en profundidad. Pero lo veo como un reto, como una llamada para que la Iglesia acompañe a las personas. Evidentemente para realizar esta tarea se necesitan personas preparadas. Pero no lo veo como algo negativo, sino como una oportunidad.
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