
El día de ayer, 17 de julio, justo cuando se cumplían 14 años de la designación de José Vilaplana como obispo de Huelva, fue el momento elegido para su despedida de la Diócesis. Se pensó en una eucaristía en el Santuario de la Cinta, precisamente el primer lugar que visitó cuando llegó a Huelva, el día antes de su toma de posesión en 2006.
No podía ser una eucaristía más. Y no lo fue. La Hermandad de la Cinta acordó rotular como obispo José Vilaplana una parte del jardín del santuario. Los jardines son un tesoro para la Hermandad y para la ciudad. Tal vez, no sea el espacio más transitado de la ciudad. Pero es, sin duda, un lugar que está cosido a las entretelas del onubensismo. Al alma de los choqueros y de los cinteros. Y cuando uno entrega lo mejor que tiene, lo entrega todo.
Vilaplana, además, plantó el primer rosal de la futura rosaleda que lleva su nombre y descubrió una placa que recuerda a los paseantes el nombre que, desde ayer, tiene ese lugar.
A Vilaplana lo había recibido a las puertas del santuario el alcalde de la ciudad, Gabriel Cruz, porque todo debía estar medido y todo era simbolismo en el día de ayer. En el alcalde, estaba Huelva representada. Incluso la Diócesis. Porque no había forma más sencilla, ni más solemne, para expresarle el afecto. Todo el afecto.
Luego, la Hermandad le entregó un pisapapeles con la forma de los zapatitos del Niño, obra de los Hermanos Delgado. Y, en correspondencia, Vilaplana entregó a la Virgen su mitra, como suele ser costumbre entre los obispos de la Diócesis.
Todo fue sencillo. Pero todo fue especial. Porque especial ha sido el vínculo entre Vilaplana y La Virgen de la Cinta. Y especial seguirá siendo. Porque ayer se selló un vínculo que va más allá del tiempo. Así estaba escrito y así ocurrió.
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