La amenaza del coronavirus suma nuevos efectos sobre la Semana Santa y El Rocío. Primero, fueron las recomendaciones de la Conferencia Episcopal que, seguidamente, se reprodujeron en diferentes diócesis; después, la decisión de algunas hermandades de sustituir los besamanos y besapies por fórmulas alternativas; ayer, la decisión de ciertas cofradías, La Merced en el caso de la capital, de suspender los ensayos de los costaleros por constituir prácticas de riesgo y, a última hora, el acuerdo de la Junta de Gobierno de la Hermandad Matriz del Rocío de Almonte de suspender los próximos actos programados.

Por lo tanto, conforme los días han ido pasando, la amenaza del coronavirus, en efecto dominó, ha tenido mayores consecuencias sobre hermandades de penitencia y rocieras, lo que ha provocado que la incertidumbre aumente. En este confuso escenario, en el caso de Huelva, el alcalde Gabriel Cruz, ha hecho un llamamiento a la calma, al igual que el obispo de la diócesis, José Vilaplana.
Así las cosas, solo cabe la espera. Entre tanto, la prudencia parece la mejor consejera. Las decisiones deben tomarse de manera responsable, serena y fundamentada, siguiendo, en todo momento, las recomendaciones de las autoridades competentes. Para ello, no está de más reforzar la coordinación y el seguimiento entre las hermandades y las administraciones públicas afectadas con la finalidad de que las decisiones que se adopten estén coordinadas y fundamentadas.
Sea como fuere, no cabe duda alguna sobre la madurez de los cofrades y rocieros para entender la situación que vivimos y aceptar las decisiones que, en cada caso, correspondan.
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