
Francisco Martín Olivares, natural de Huelva y vecino de México, devoto cintero, otorgó el 30 de agosto de 1759 escritura de fundación de una memoria que tenía el propósito de solemnizar los cultos que se consagraban en la ciudad en honor de la Virgen de la Cinta cada 8 de septiembre, coincidiendo con la solemnidad de la natividad de la Virgen. Entre los cultos que se determinaban en el documento, se incluía la celebración de una procesión con la imagen de la Virgen de la Cinta, cuya devoción era importante en la ciudad desde hacía siglos y se tenía por milagrosa.
La memoria fundada por Martín Olivares abunda en el carácter americanista de la devoción cintera, que tiene su origen en el propio Cristóbal Colón.
Sin duda, la procesión que dispone Martín Olivares constituye un hito en la historia de la devoción cintera, porque aporta un nuevo elemento que se ha mantenido a través de los siglos, llegando hasta nuestros días como un acto principal dentro de la festividad.
Para celebrar la procesión era obligado contar con una imagen y, precisamente por aquellos años, el escultor sevillano Benito de Hita y Castillo había ejecutado la imagen de la Virgen de la Cinta que hoy conocemos que es trasunto de la pintura mural del santuario.
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