
En estos días previos a Pentecostés, en los que todo lo invade el Rocío pese a la ausencia de romería, vamos a tratar distintos aspectos acerca de la devoción rociera que pueden resultar de interés para el lector. Comenzaremos refiriéndonos a la imagen de la Virgen del Rocío, aspecto siempre interesante por la extraordinaria capacidad de atracción de la misma.
La imagen, originariamente, fue una escultura de talla completa que sujetaba al Niño con el brazo izquierdo. El profesor González Isidoro explica sobre la datación de la imagen que se diferencian dos grupos de teorías: el que enmarca a la imagen en el siglo XIII y el que la asigna al siglo XV.
La imagen primitiva, que debió tener 85 centímetros de altura, se conserva como base de la actual, según descripción de 1882 del sacerdote José Alonso Morgado, una de las escasas personas que han analizado la parte escultórica de la imagen de la Virgen del Rocío. Otra de las contadas personas que ha contado con este privilegio, el pintor Santiago Martínez, describió la antigua talla en 1949 como una escultura del “período gótico perfecto, buena como obra artística”. Por su parte, Carrasco Terriza alude a testimonios orales que apuntan al notable parecido existente entre la antigua imagen de la Virgen del Rocío y otra de la imagen gloriosa de la Virgen de la Hiniesta que se ubica en la iglesia sevillana de San Julián y es trasunto de otra anterior datada del siglo XIV que pereció en un incendio en 1932. Por la descripción que hizo José Alonso Morgado en 1882 sabemos que la primitiva imagen tenía tallado un sencillo manto de color azul, un vestido de color verde sujetado por una correa de estrellas doradas, mientras que el calzado, chapines, según parece, era puntiagudo y de color grana.
Carrasco Terriza explica que, a finales del siglo XVI o comienzos del XVII, la imagen primitiva experimentó una profunda transformación cuando se convirtió en imagen de vestir. La representación inicial de Virgen Hodegetria que hemos descrito con el Niño sujeto con el brazo izquierdo pasó a otra de Virgen Majestad que presenta al Niño entronizado en el pecho y sujeto por las dos manos para subrayar la centralidad del misterio de Jesucristo.
El profesor González Isidoro explica que este tipo de intervenciones transformadoras sobre las tallas fueron frecuentes, incluso en los años finales de la época barroca, con el objeto de adaptar la imagen primitiva a los gustos del momento. Añade que, en esos casos, la imagen original podía hacer las veces de candelero de la talla transformada, tras perder la unción sagrada.
Suele considerarse que en esta intervención llevada a cabo sobre la imagen original a finales del XVI o comienzos del XVII pudo establecerse la mirada baja que presenta en la actualidad, a diferencia de la mirada frontal que caracteriza a las imágenes góticas y que debió tener originariamente.
Por último, respecto a la datación de la imagen actual, González Isidoro afirma que” jamás nos atreveríamos a fechar los elementos visibles” de la imagen de la Virgen del Rocío “antes del reinado de Isabel I” y, más concretamente, los sitúa entre 1508 y 1520. En cualquier caso, está fuera de toda duda que el estilo arcaizante de la imagen, no solo concede singularidad y prestigio a la imagen, sino que es causa de la “superior devoción” que despierta.
El mismo profesor sostiene que la imagen es de “considerable calidad” y destaca el “minucioso modelado” de manos y rostro”. En particular, describe las manos como “muy carnosas, planas y con las falanges levemente flexionadas y unidas”. La imagen presenta una actitud hiératica y un tratamiento del rostro, especialmente de ojos y boca, que otorgan al conjunto gran poder de atracción. Para Carrasco Terriza, la actual imagen conserva en sus facciones “los rasgos característicos de las obras góticas: perfil agudo, con nariz recta, y sonrisa arcaica”.
Como imagen de culto, a juicio de Carraco Terriza, la imagen rebosa contenido doctrinal. El autor apunta que se muestra Virgen “por la belleza sin tacha de su rostro”; Madre, porque porta entre sus manos a su hijo; Madre de Dios, porque la imagen del Niño sostiene el cetro y el orbe como atributos de divinidad que aluden a la “creación, al gobierno y a la redención del mundo”; Inmaculada y Assunta al cielo por el vestido de Sol, la media luna y la corona rematada por doce estrellas, como se describe en la visión del Libro del Apocalipsis; y como Reina y Señora por la corona y el cetro.
Para terminar, en relación a la autoría de la imagen, el profesor González Isidoro la asigna a Jorge Fernández Alemán. Lo hace con las reservas propias de quien no ha podido analizar la parte escultórica de la imagen y a partir del análisis bibliográfico, de material gráfico y de la producción de Fernández Alemán, así como de la “detenida contemplación del rostro y manos de la imagen”.
Respecto a la talla del Niño, los especialistas coinciden en señalar que no guarda relación estética y estilística con la imagen de la Virgen.
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