‘El Boletín’ debía empezar su itinerario con una entrevista al obispo de la diócesis. Las circunstancias han querido que la cita coincida con las últimas semanas, meses, tal vez, de José Vilaplana en el cargo después de cumplir 75 años y presentar la preceptiva renuncia. La conversación sirve, por tanto, para hacer balance de su episcopado en Huelva, de su relación con las cofradías y de su vida de servicio a la Iglesia y a los demás.
¿Cómo ha sido su relación con las cofradías?
He tenido una buena relación. Recién llegado, me sorprendió comprobar el número de personas que movilizan las hermandades en la diócesis. Fue ciertamente sorprendente.
Considero que las hermandades constituyen una oportunidad. Aglutinan a un elevado número de personas y dentro de un colectivo tan numeroso es normal que existe heterogeneidad. Son distintos los niveles de experiencia religiosa, distintas la procedencia, las circunstancias, las generaciones… Esta diversidad también plantea ciertas dificultades, obviamente, pero es mayor la oportunidad que representa. El reto estriba en conseguir un camino de hermandad en el seno de la Iglesia y transitar de lo externo a lo profundo.
¿Se ha sentido respetado y querido en el seno de las hermandades?
Sí, sinceramente, sí. Muy querido y respetado. He procurado recurrir al diálogo para afrontar en mejores circunstancias ciertas situaciones.

¿Cómo tendría que ser una hermandad del siglo XXI?
Una hermandad podría compararse con un árbol: ha de tener raíz, tronco, ramas y floración y, por último, ha de dar frutos. La raíz de la hermandad, su verdadera identidad cofrade, es el Evangelio, es la Iglesia y la misión que tienen como instrumento de evangelización. Esto es algo que el Papa ha recordado; el tronco estaría constituido por la Iglesia Diocesana y la parroquia; las ramas y la floración pueden identificarse con todo el aparato externo que, obviamente, tiene su importancia y hay que atender; por último, están los frutos que, en el caso de las hermandades, sería la dimensión social en un doble sentido: hacia los hermanos y hacia los pobres. Y todo debe estar bien conjuntado, todo tiene que resultar equilibrado.
¿Qué valoración hace de la labor social que vienen realizando las hermandades?
La valoro mucho. Sin duda, estamos creciendo. La Diócesis ha puesto en marcha iniciativas que no habrían salido adelante sin la implicación de las hermandades. Creo que se ha trabajado, que se han conocido ciertas realidades, ciertos proyectos y, a partir de aquí, hemos crecido. El crecimiento es evidente.
¿Y la formación?
La formación ha de ser un pilar de una cofradía del siglo XXI. También en la formación se han producido avances. Ha habido convocatorias que han tenido una respuesta importante. El otro día, sin ir más lejos, hubo que buscar a última hora un local con mayor capacidad para atender a todas las confirmaciones de asistencia recibidas. Hay que seguir trabajando, porque la sociedad demanda, y nos demanda, transparencia y debemos estar a la altura de esta reivindicación. Considero que la transparencia es positiva. Hay que mostrar todo lo que hacemos.
La devoción universal a la Virgen del Rocío constituye una singularidad de la provincia ¿qué aporta esta singularidad a la diócesis?
Apertura. Nos invita permanentemente a ser una diócesis acogedora. Tenemos la obligación de cuidar el patrimonio espiritual que representa la Virgen del Rocío y su devoción. El Papa lo explicó perfectamente durante su visita a la diócesis.
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